sábado, 23 de abril de 2011

Mi libro para hoy


"Colección de Trozos Escogidos de los mejores Hablistas Castellanos en Prosa y Verso"
Madrid: 1881

Hoy, día en que se conmemora la muerte de Cervantes se suele leer el Quijote. Yo voy a mostrar este párrafo de un viejo libro a propósito del día.

ENTIERRO DEL PRÍNCIPE DE LOS INGENIOS ESPAÑOLES.

El sábado 23 de Abril del año 1616 se abrían las puertas de aquella pobre iglesia (la del convento de Trinitarias Descalzas, sito en la calle Cantarranas), es decir, del lugar más decente y acomodado de la casa, para que pasase un féretro que traían en hombros cuatro hermanos de la Orden Tercera. El cuerpo que en él venía estaba amortajado con el mismo sayal, llevaba descubierto el rostro y no tenía cruzadas las manos sobre el pecho, como era uso; sólo la diestra empuñaba una cruz a guisa de espada. La población madrileña acudía aquel mismo día a otro más solemne acompañamiento: trasladábase en rogativa por la lluvia la imagen de nuestra Señora de Atocha desde la parroquia de Santa María al convento de Santo Domingo el Real. Apenas los hermanos Terceros pusieron el ataúd en el suelo, se agolparon las religiosas a la celosía de un cuarto inmediato, que servía de coro; pero la capucha de San Francisco cubría la frente lisa y desembarazada; estaban cerrados los alegres ojos, y las barbas de plata,crecidas durante la larga enfermedad, y la hinchazón de la hidropesía desfiguraban el rostro aguileño. ¿Quién hubiera podido reconocer bajo aquel hábito penitente el cadáver del festivo escritor y del valiente soldado? ¿Quién hubiera podido decir con certeza: Este que veis aquí...llámase comunmente Miguel de Cervantes Saavedra?
Bien lo sabían, sin embargo, el licenciado Francisco Nuñez, su convecino y albacea, allí presente, que había visto su ejemplar muerte, y los hermanos Terceros que tres semanas atrás (el 2 de abril) habían asistido a su profesión, hecha ya en cama, y algunos congregantes del Olivar y del Caballero de Gracia, que habían presenciado su cristiana vida. En todos eran harto pocos, y sin embargo, llenaban el reducido oratorio.

Al siguiente día, domingo 24, los frailes Trinitarios salieron al altar, que habiendo ellos redimido aquel cuerpo de las mazmorras de Argel, se adelantaban a ofrecer ahora por su alma inapreciable rescate.
Oficiaron en el coro las religiosas, con más acompañamiento de lágrimas que de música, y de vez en cuando se percibían de lejos, en un rincón suspiros ahogados, sollozos mal comprimidos.

Terminado el oficio dieron sepultura al cuerpo....¿Donde?...Panteón no existía...Quizá bendijeran y estrenaran el recién comprado solar, inaugurando así la fábrica de nuevo templo; más probablemente, quizá, cavarían una sepultura, levantando el pavimento mismo de la estrecha capilla...El camino lo había enseñado hacía un año la joven y pura Sor Lucía...Por él siguió ahora el anciano bienhechor, sin más intermedio que aquél que exige el decoro y la honestidad aún en la región misma de la muerte; que aquél, además, que en el caso presente mandan los cánones, es decir, sepultando en clausura a la religiosa y en suelo bendito al seglar católico.

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